Exprimidor

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«Imagínate que quieres hacerte un zumo, y en la mesa hay naranjas y vasos pero falta el exprimidor. En el mundo hay muchas naranjas y vasos, pero pocos exprimidores. Esto es lo que hace Cortés: exprimir naranjas»

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Esta gloriosa cita sacada del epítome de la horterez, la serie de televisión «Sin tetas no hay paraíso», define perfectamente cómo y quién nos ha exprimido y lo prescindibles que somos los vasos y las naranjas, que, en un mundo ideal, habrían de ser más importantes que un simple exprimidor.

Sé que sorprendo al respetable con tanta erudición, pero es que las vacaciones, aunque escasas dan para engancharte a los vicios más nefandos, incluido un éxito del año 2009, cuando esta instructiva serie empezó a emitirse. En su momento, me puse digna y, a pesar del exitazo general y los gritos de fans al paso de «El Duque», me negué a verla porque tanto el título como el texto y el subtexto animaban una cultura (o ausencia de ella) que no puedo abominar más.

Reconozco que los años de bonanza de este país me los pasé entre incrédula, indignada y siempre fuera de lugar: no entendía tanta horterada. Mientras España era una fiesta, yo me indignaba. Puede que fuera una adelantada a mi tiempo, una proto-indignada, pero por motivos diferentes a los de los indignados post-burbuja. Sólo una generación nos separaba del hambre y había que escuchar a los que habían pasado de la boina a rosca a la tele de plasma sin pasar antes por la Enciclopedia y la Ilustración comentar como si fuera Marte la pobreza de los países a los que viajaban a todo trapo. Habíamos pasado del seiscientos hasta los topes a un «Vietnam a tu aire» sin despeinarnos y porque nosotros lo valíamos. Eso sí de estudiar, aprender, reflexionar, tener curiosidad por algo que no fuera la última horterada en forma de tratamiento, cacharrito, coche o grifería, ni nos preocupamos.

Esos años me sentí acosada por el respetable porque ahorraba, porque vivía de alquiler, porque no me gastaba 200 euros en una crema de contorno de ojos. Me pasé siendo la equivocada unos cuantos años: los demás bailaban y a mí me recordaba todo a los tonos sepia de Muerte en Venecia.

Así que voy a recomendar a mis improbables lectores a que repasen esa obra maestra que es «Sin tetas no hay paraíso»: está el choro con ínfulas, y el conseguidor de clase alta, el «exprimidor», que es un choro; están las modelos que en realidad son putas y un montón de jóvenes desnortadas que creen que un bolso caro es el paraíso, como mis conocidas pensaban que 200 euros era una cantidad aceptable de dinero que gastarse en una crema. Ahora  son las mismas que me cantan las alabanzas de las cremas del Mercadona. Yo, que soy una rancia, sigo en el mismo lugar pero indignada ya del todo: porque pasará esta crisis, dejará muchas bajas de las que nadie se acordará, no habremos aprendido nada de lo ocurrido, el Estado no hace más que sablearnos para mantener un sistema político caduco y, seguro,  seguirán importando más los exprimidores que las naranjas.

Sobre el autor

Paloma LLaneza

Abogada aunque buena persona. Auditora de sistemas y experta en ciberseguridad. Creadora de Consent Commons. Escritora, ensayista e ikebanaka. Mi universo personal en The LLaneza Firm.

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Paloma LLaneza

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