Me invitaron a presentar Datanomics al Instituto Hermes, thinktank bla bla bla, en una de esas reuniones seguidas de comida en la que el ponente ve pasar los platos delante de sus ojos sin poder catar ninguno. Quería impresionarles y me parecía que lo que contaba en Datanomics era tan obvio que los asistentes esperarían algo más de mi. Hago disgresion: nadie sabe nada sobre el uso que las corporaciones hacen con los datos, ni las personas que las rigen, a no ser que vivan de los datos, así que muy bien podría haber pontificado un rato sobre sus riesgos y haber puesto alguno de los miles de ejemplos truculentos que como trucos de mago de provincias siempre funcionan tan bien.
En lugar de eso, y sin poder probar la ensalada de entrante, les presenté la relación entre datos-uso intensivo-gratuidad-precariedad, en un juego en que el precarizado precariza y viceversa. Es obvio que los datos no son el único elemento en juego ni la única causa de la precariedad, pero sí me pareció en ese momento que los datos jugaban un papel importante en la dinámica de compensación a una vida sin posesiones, individualista, fluida y sin futuro. “No cobro mucho pero mantengo mis relaciones a través de una aplicación gratuita que me permite controlar quien está, a qué hora está, si me contesta o si me ignora.” “No llego a fin de mes pero tengo correo gratuito y puedo sacarme fotos profesionales en las que parezco más delgado de lo que soy y en las que la vida es lujosa y no una mierda”. “Trabajo horas extras que no me pagan pero, a cambio, tengo a mi servicio como un conde de Downtown Abbey, un cocinero y un chofer que me trae la cena a casa por menos de 20 euros”.
Ese bucle se cerraba con el elemento adictivo de las tecnologías extractoras de datos, lo que contribuía a ese juego de tristeza-compensación creadora de nuevos negocios adictivos, gratuitos, extractores de datos que destruían negocios tradicionales y generaban trabajos basura creando, en definitiva, más precariedad.
La idea de la precariedad circular la sembró un taxista de Madrid. Los taxistas protestaban contra empresas que, haciendo uso de la tecnología y de los resquicios legales, permitían prestar servicios de transporte de personas a precios y con calidad más competitiva que ellos. Los taxistas reclamaban seguir prestando sus servicios como en los últimos 70 años, desconociendo los cambios sociales, culturales y, sobre todo, tecnológicos ocurridos en este medio siglo. A base de argumentos, en su mayoría falaces, presionaban al gobierno y las autoridades locales para hacer cambios que sacaran de facto del mercado a Cabify y Uber, el enemigo a batir. Se quejaban de la precarización de los conductores de estas empresas o su sistema fiscal, ignorando el hecho de que ellos tributan en módulos y no por ingresos y han precarizado a conductores de sus vehículos desde siempre. Esta disonancia cognitiva es muy habitual en la sociedad de la precarización circular y en cada uno de sus miembros.
Llegaré al momento germinal y al final de la anécdota. No recuerdo como me encontré sentada en un taxi en estas fechas, teniendo en cuenta que los evito por sistema, pero lo cierto es que animé al conductor a que se desahogara sobre la huelga y su progreso. Tras soportar la perorata habitual en la materia, y como estábamos a las puertas de agosto, acabamos hablando de las vacaciones. Él, que se quejaba de la nueva economía, había alquilado una casa por Airbnb y había organizado sus actividades de ocio usando varias páginas gratuitas de recomendaciones. Por supuesto, ya no leía el periódico en papel sino que lo consultaba gratuitamente en su web, no mandaba SMS sino que escribía a su red de contactos a través de guasap, y pensaba subir las fotos de sus vacaciones en Facebook para que las viera su familia. Como llegamos a mi destino no tuve tiempo de preguntarle por cuantas cosas más hacia gratis sin importarle si, por el camino, iba dejando un reguero de parados, prejubilados o mal pagados. Ni si le parecía un sinsentido que él exigiera prestar un servicio como en los años 50 del siglo XX, mientras, por ejemplo, los periodistas desde entonces,habían ido menguando en los medios de comunicación a golpe de ERE por culpa de internet y de gente como él que no compraban el periódico.
Comprendí que el “ande yo caliente” de siempre pero con hiperconexión estaba dando lugar a una espiral que necesitaba de análisis y, desde luego, de solución.
Solo un año después en esa comida de Hermes identifiqué el problema y ahora, siguiendo la recomendación de Adela Cortina de que solo visualizamos lo que existe y solo existe lo que nombramos, lo bautizo. Bienvenidos a mi próximo proyecto, analizar la precarización circular.